Lo que aprendí sobre ser amable conmigo misma a un año de que me rompieran el corazón

Han pasado 365 días de mi última decepción amorosa, pero lo que me enseñó el proceso es invaluable.
Lo que aprendí sobre ser amable conmigo misma a un año de que me rompieran el corazón
Corazón RotoJimena Duval

Cuando nuestra fantástica escritora de belleza, Lorena Meouchi, nos convocó a escribir ensayos sobre el desamor, acepté la propuesta con entusiasmo. Pasó hace unas semanas y yo había comenzado el año con buen ánimo, algo que nunca me había pasado, comúnmente el inicio de un nuevo ciclo me ponía los pelos de punta porque me genera ansiedad pensar en el futuro, pero los años en terapia parecían haber dado sus frutos y, por fin, el futuro no se veía tan escalofriante. En ese momento tenía muy claro sobre qué quería escribir: todo lo que había aprendido a un año de que me rompieran el corazón.

Los días pasaron y me dejaron un renovado ánimo para iniciar el 2024. De pronto, el entusiasmo con el que acepté escribir estas líneas se había esfumado y se convirtió en una reticencia casi absoluta a dedicarle unos momentos a reflexionar al respecto. ¿El porqué? Para ser sincera, estuve varios días dándole vueltas a varias preguntas que me han quitado el sueño el último año: ¿Le escribo o no le escribo? ¿Realmente debo dejarlo ir? ¿Pensará en mí de vez en cuando?

Contar la historia de mi decepción amorosa me tomaría una novela entera que en estos momentos no me apetece escribir. De lo que sí quiero hablar es sobre la pérdida, el duelo. Me di cuenta de que todas las ganas de escribir este ensayo se habían esfumado porque me sentía en el mismo punto en donde comencé hace un año, frustrada por estar pensando en esta persona luego de una buena racha en la que me sentía lista para seguir adelante, deprimida por sentir que esto de tener el corazón roto nunca terminará.

Mientras preparaba las preguntas para una entrevista, me tomé unos minutos para revisar textos que escribí el año pasado. Uno me llevó a otro hasta que terminé en el que hablé sobre la primera marcha del Día de la Mujer a la que asistí. Cuando revisité mis palabras terminé sorprendida, ¿cómo logré estructurar mis ideas si en esos momentos apenas podía estar entre las personas sin que cualquier cosa me hiciera llorar? ¿De dónde tomé fuerzas para pensar en el feminismo cuando sentía que solo tenía cabeza para pensar en esa persona? Me pasó lo mismo cuando volví a leer reseñas y entrevistas que redacté en 2023, no supe en qué momento, pero el tiempo pasó y algo llamado resiliencia me hizo seguir adelante.

Dicen que nadie muere de amor, pero en ese entonces realmente sentí lo que era esta condición biológicamente comprobada a la que le llaman “síndrome del corazón roto” luego de atravesar por un momento de estrés extremo. Ya había tenido decepciones amorosas, pero nunca había sentido físicamente el peso de la situación: fueron días en los que repentinamente me dolía el pecho y me faltaba el aire, perdí el apetito y nada me parecía lo suficientemente estimulante como para sonreír espontáneamente.

Pensar en todo esto me dio un pequeño empujón para comenzar a escribir qué aprendí después de perder al que francamente considero el amor de mi vida. Lo primero que puedo enlistar, es que soy más fuerte de lo que pienso, nunca me doy el crédito suficiente por casi nada, pero esta trillada premisa de superación destapó todo lo demás. En otros tiempos, nunca me hubiera percatado de lo poco amable que solía ser conmigo misma hasta que tuve que serlo.

Se habla tanto de ser amable con uno mismo, pero creo que pocas veces somos conscientes de cómo hacerlo más allá de una buena rutina de skincare. El año pasado, Karol G lanzó una canción llamada Cuando me curo el cora, mi parte favorita es en la que dice “yo me sano con tu compañía”, resonó conmigo porque aprendí a reconocer qué es lo que me sana, a dejar de vivir tan deprisa y en automático. En los momentos más oscuros en los que sentía que estaba perdida en la desesperanza, me recordaba a mí misma cuánto disfrutaba de acurrucarme con mi perro, cuánto extrañaba estar verdaderamente presente en una conversación, cuánto me gustaba reír con mi madre, mi abuela y mi hermana, cuánto disfrutaba leer novelas románticas... Dejé de hacer eso y más cuando me despedí de esta persona, era como si algo hubiera extraído todo lo que me hacía ser yo de la noche a la mañana. Ser amable conmigo misma significó aprender a hacerme consciente de esos placeres de la vida para disfrutarlos en serio y así, dejar de darlos por sentado.

Ser amable conmigo misma no se ha reducido exclusivamente a entender qué es lo que me hace liberar las hormonas de la felicidad de forma natural (a veces llego a casa a acariciar a mi perro mientras le pido que por favor me dé mi dosis diaria de oxitocina), también se ha traducido en confrontarme y aceptar la contradicción de un duelo. Los últimos días he luchado contra la idea de que, tal vez, mi proceso de aceptación no estaba tan terminado como me hubiera gustado. Ojalá y el duelo fuera lineal, con un inicio y un final bien delimitados y con un perfecto orden cronológico, pero he aprendido que no es así; en ocasiones me quedo atorada en la negación, otras en la ira y otras más tengo respiros de resignación, es en estos cuando me detengo a mirar objetivamente en todo lo que he avanzado y me digo a mí misma: “lo estás haciendo muy bien”.

Esta semana encontré un video en TikTok de un chico que estaba abriendo su corazón para contar qué estaba pasando por una ruptura muy dolorosa. No pude evitar empatizar con él y me animé a dejar un comentario: “no sé cómo, ni cuándo, pero todo pasará”, entonces me di cuenta de que también me lo estaba diciendo a mí misma. No supe cómo ni cuándo, pero a un año de que me rompieran el corazón, me siento más fuerte, un poco más sabia, más liviana. Hay días buenos y otros malos, y en medio de esos polos me siento llena de esperanza, un sentimiento con el que no estoy familiarizada, porque pasé mucho tiempo asustada por el futuro. También he aprendido la extraña belleza de tener el corazón roto, claro que a veces pienso cuánto me hubiera gustado ahorrarme el evento canónico, pero tal vez tenía que ocurrir para acabar con la que toda la vida había sido mi peor enemiga: yo misma.