Tuve que perder la mitad de mi cabello para entender que los cambios son parte de la vida

Todas las princesas y muñecas Barbie tienen el cabello largo; yo había aprendido a ver la feminidad y el pelo como algo inextricable.
Cuando me cort el cabello me sentí libre
Karla Cruz.

Cuando me dijo que no sabía cómo sonaba mi voz, le mandé una nota de voz que decía: “Como alguien del norte de Gran Bretaña que ha perdido su acento”, agravando la voz para que sonara más ronca de lo normal.

“Pensé que cantarías algo”, me escribió por el char de Hinge.

“Sólo lo hago en la regadera y ahora mismo no estoy en una, lamentablemente”.

“¿Qué cantas cuando te bañas?”

“Últimamente... ”About You Now" de las Sugababes".

“¿Dijiste Sugababes…?”

“¿Es demasiado básico?”, le pregunté para asegurarme de que supiera que estaba al tanto de lo que la gente piensa sobre la canción. No contestó, así que intenté otra cosa: “Normalmente escucho a SZA en la regadera”, escribí, porque seguro así pensará que tengo el gusto musical de una artista poco convencional. Funcionó y seguimos hablando hasta que le dije que sí cuando me pidió una cita.

Pasé días fantaseando con lo que me pondría para la cita. Tal vez un vestido negro de tirantes, sencillo pero favorecedor, que quedara bien con botas por la rodilla, aunque eso podría hacer que pareciera que me había esforzado demasiado, y sé que los hombres prefieren que parezca que no te esfuerzas. Me pregunto cómo será sentarme frente a él, sentir su mirada clavada en mí. ¿Le molestaría que me toque tanto el pelo? ¿De qué querrá hablar? Decidí que no me pondría las botas y luego aumenté los intervalos entre mis respuestas para parecer ocupada y metida en otras cosas. Me fui a dormir pensando en mi cita del día siguiente en la peluquería para ponerme las extensiones de pelo, y en si sería una pérdida de tiempo y dinero.


“No quiero asustarte, pero está como muy apelmazado. Se ha solidificado en la raíz y no digo que sea porque no te hayas lavado, pero creo que el problema es que no te has enjuagado bien el shampoo, así que se ha endurecido, lo que significa que cuando te lo quite, vas a perder mucho pelo”.

Cuando la peluquera me dijo todo esto no sentí gran cosa, sólo pensé en que la última vez que había estado en una peluquería había llorado porque el tónico que habían usado era demasiado cenizo. Y sin embargo, aquí estaba yo, escuchando como me decían que se me estaba cayendo el pelo, picoteándome distraídamente el barniz de uñas turquesa como si no fuera para tanto. Supongo que a veces las cosas son tan malas e inesperadas que el cuerpo tarda un poco en procesar lo que le está pasando.

“¿Té?”, me preguntó la recepcionista con una pequeña sonrisa apenada y, mientras se alejaba, pensé en cómo mi pelo se parecía al suyo cuando salí de aquí la última vez. Largo, con volumen y tan grueso que cuando lo recogías en una coleta era casi tan ancho como el fondo de una botella de Coca-Cola. Recuerdo cómo el estilista contempló esta creación, la esponjó bajo sus manos y dijo: “Nadie pensaría que llevas extensiones”, y me sentí culpable por volver aquí habiéndolo estropeado. Me había advertido sobre el mantenimiento, sobre no dejarlo mojado demasiado tiempo, sobre trenzarlo antes de acostarme, y maldije la arrogancia que me hizo creer que podía cuidar este pelo cuando ni siquiera puedo rizarlo bien porque mis grandes y torpes manos se interponen. Mis grandes manos de granjero, así las llamaba un hombre con el que solía acostarme, y era una broma, pero ahora la broma iba en serio y me miré las manos y se volvieron enormes y feas como esas manos de espuma que llevas a los partidos de fútbol, los nudillos sobresaliendo, manchas rojas donde estaban secas, y deseé poder cortármelas, estas estúpidas manos que siempre lo arruinan todo.

Todas las princesas y muñecas Barbie tienen el cabello largo, y yo había aprendido a ver la feminidad y el pelo como algo inextricable. Al perder el pelo sentí que perdía mi feminidad, aquello en lo que trabajaba día tras día hasta que me dolían los músculos y me escocía la piel, aquello que se comía mi tiempo libre y mi cartera. Pensé en las mujeres deshonradas de la época medieval a las que les rapaban el cabello y obligaban a caminar entre multitudes que se reían de ellas. Y luego pensé en Kourtney Kardashian diciéndole a Kim “¡la gente se está muriendo!” cuando Kim hizo un drama porque su arete de diamantes se había caído al mar y me enfureció la idea de que alguna vez se me pidiera que me burlara de ella como si sus sentimientos no importaran. Que alguna vez tuviera que mediar mi respuesta basándome en lo que otras personas estaban viviendo.

Al final me acerqué a la caja pero, por supuesto, no había nada que pagar porque no me habían hecho nada, sólo deshecho, y entonces me pasó un triste paquete de extensiones que quizá podría volver a usar en algún momento.

Mi teléfono vibró en mi mano.

“¿Está bien el siete?”, preguntó el tipo de Hinge.

No respondí porque sabía que ya no podía ir a esa cita ni a ninguna otra parecida, porque estaba segura de que no habría ninguna posibilidad de que él, u otros hombres como él, me quisieran tal y como me veía ahora. Al darme cuenta de ello, sentí un vacío en el estómago, y me alegré mucho de que no hubiera nadie a mi alrededor siendo amable conmigo en ese momento, porque me habría roto y habría tenido que irme a llorar en un lugar más privado.

Tardé un rato en calmarme, pero cuando lo logré, respiré hondo y decidí comprar una gran pinza de cocodrilo para esconder los restos de mi pelo. Encontré una que me gustó mucho de color verde pistacho y otra carey claro, y aunque 15 dólares me parecieron una auténtica estafa, soy feliz echando dinero al fuego si creo que puede ayudarme. Mientras estaba en la tienda me distraje viendo los anillos de oro con piedras preciosas, y me vino a la cabeza la imagen de una mujer cubierta en joyas de oro con el pelo recogido hacia atrás y un sedoso vestido camisero color jade, y era yo, pero una versión más madura de mí. Pensé en qué más podría llevar esa versión de mí y encontré unas alpargatas y un bolso de mimbre y varios accesorios que normalmente no elegiría. Pensé en quién podría convertirme con este nuevo look –alguien que se va de vacaciones sola, que conoce a gente importante– y la nueva versión de mí que tenía en la cabeza parecía tenía prisa por llegar a cenar. No había ningún hombre a su alrededor. Y al pensar en ella, me sentí extrañamente eufórica, como si lo peor hubiera pasado y ahora no hubiera nada de qué preocuparse. Como si algo más que mi pelo hubiera caído al suelo, de modo que ahora me sentía más ligera, caminando hacia nuevas posibilidades.


“Es raro, me siento como una persona nueva, como si fuera Britney cuando se rapó todo el pelo porque estaba harta de que todo el mundo la viera como esa estrella del pop a la que podían controlar”.

La amiga a la que le dije esto no estaba convencida: “No estoy segura de que Britney se rapara por eso, ni siquiera de que se sintiera mejor después de hacerlo”.

“Ok, bueno, quizá entonces sea como el corte de pelo de las rupturas, como cuando la gente con el corazón roto se hace un flequillo o lo que sea para empezar de cero”.

“Sí, lo entiendo”, dijo mi amiga, acercándose y tocándome el brazo.

Es curioso, porque yo creía que cuando la gente se cortaba el cabello después de una ruptura amorosa, lo que les hacía sentirse mejor era que se veían mejor, pero ahora empiezo a darme cuenta de que es el simple hecho del cambio lo que garantiza eso. Mi pelo está mucho peor ahora, es tan fino que parece el pelo de una anciana y tiene todos esos mechones cortos que salen por sitios raros y, sin embargo, su novedad ha desatado todas esas nuevas posibilidades, no sólo en cuanto a mi aspecto sino también a mi forma de actuar. Es vigorizante, me hormiguea en los dedos, me mueve y me hace caminar más alto. Si estoy bien con esto, pienso, entonces debe haber otras cosas más grandes con las que también podría estar bien. Como subirme a un escenario delante de un montón de gente o mudarme a un país donde no conozco a nadie.

El chico de la cita de Hinge volvió a mandarme un mensaje para cambiar de planes y yo pienso en responder, pero luego veo un mensaje que envié un par de días antes en el que decía que estaba en el baer con amigos en lugar de sentada sola en mi habitación porque pensaba que eso sonaba más interesante. Y aunque me siento lo suficientemente bien con mi pelo como para verle, sigo sin querer hacerlo porque conoció una parte de mí que no es real, que ya no existe. Así que ignoro el mensaje, echo los hombros hacia atrás, me toco la coleta y sonrío. Las cosas buenas están en camino, puedo sentirlo.

Artículo publicado originalmente en British Vogue, vogue.co.uk.