“El valor de la comunidad no tiene reemplazo”: Conoce a estas artesanas queretanas que preservan sus indumentarias

Un grupo de 30 artesanas mexicanas forman parte de la iniciativa de Grupo Prada y el Fondo de Población de las Naciones Unidas, en el que la moda, la preservación de las tradiciones indumentarias y el aprendizaje de los derechos sexuales, son los pilares.
Hilando historias
Fotografiado por Karla Acosta.

“El nombre que le pusieron, Hilando historias, es muy acertado, porque cada quien tenemos una historia de vida. Están los hilitos de todas y [hacen] a una comunidad, una hermandad”, me dice Selma Irís Cristóbal un sábado por la mañana cuando me reuní con cuatro de las 30 artesanas nativas del estado de Querétaro que forman parte de la iniciativa entre Grupo Prada y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA por sus siglas en inglés). Fashion Expressions: The Stories She Wears, nació hace un año con un piloto en Ghana y en Kenia dedicado a brindar apoyo mujeres de comunidades originarias. ¿El objetivo? Enseñarles a ser independientes y autosuficientes a través de cursos y talleres que toman como base sus tradiciones indumentarias y las complementan con conocimientos en finanzas y negocios, además de pláticas en torno a la decisión sobre su cuerpo y ellas mismas. “Estos programas conllevan un fuerte componente de sensibilización, particularmente sobre los derechos sexuales y reproductivos, para que sean más capaces de tomar sus decisiones y al mismo tiempo adquirir habilidades específicas en moda para diseñar y producir”, comenta Mariarosa Cutillo, Jefa de Alianzas Estratégicas del UNFPA, a través de una videollamada.

Anahí Julián, Maribel Prisciliano, Selma Irís Cristóbal y Maria del Carmen Barrón

Karla Acosta

De acuerdo a Mariarosa, la mancuerna entre Grupo Prada y el UNFPA comenzó en 2019 con la idea de que ella se uniera al consejo asesor de inclusión y diversidad del grupo. En el corazón del conglomerado italiano está la moda, así que sonaba completamente lógico que de alguna manera fuera el componente principal de los proyectos humanitarios que impulsa. Por su lado, el UNFPA se rige por tres resultados clave para hacer un impacto positivo en la sociedad y en las comunidades marginadas: “cero necesidades cubiertas de planificación familiar, cero muertes maternas evitables, cero violencia de género y prácticas nocivas con un equipo transversal, que no deja a nadie atrás. Teniendo esto en cuenta, lo que realmente significa es llegar a lo último de lo último, a los más vulnerables, sin dejar a ninguna niña o mujer atrás”, destaca Mariarosa en nuestra conservación.

Tan exitoso fue el piloto –43 mujeres se graduaron en la primera generación de Fashion Expressions– que tanto Grupo Prada como el UNFPA decidieron replicarlo en otro territorio y los ojos se pusieron en México. A diferencia del proyecto llevado a cabo en el continente africano, donde la mayoría de las mujeres eran parte de un grupo de edad jóven, el programa en México atrajo a mujeres más maduras. Mariarosa explica que después de hacer diversos estudios de factibilidad, querían atraer personas con experiencia en las artesanías para aprovechar sus habilidades y potencializarlas. “Es una combinación de habilidades existentes o habilidades nuevas que necesitamos desarrollar allí”, dice.

De generación en generación

Anahí Julián

Karla Acosta

Es innegable la herencia cultural del país y la necesidad por el apoyo, sobre todo económico, para preservar las tradiciones autóctonas. En México más de la mitad de la población vive en condición de pobreza. “El vibrante tapiz cultural de México y su arraigada tradición textil son tesoros que se extienden por toda la nación. Seleccionar el punto de partida de nuestro proyecto fue un desafío, dado el rico mosaico de patrimonio e historia”, comenta Alanna Armitage, representante del UNFPA en México y Directora para Cuba y República Dominicana, a través de un correo.

En las comunidades, las prácticas artesanales se aprenden por herencia; sin embargo, las nuevas generaciones optan por salir de sus pueblos a buscar oportunidades que les retribuyan con mejores ingresos lo que concluye, en muchas ocasiones, en la pérdida total de las tradiciones y trabajos milenarios. Anahí Julián, de 25 años, dejó la escuela luego de concluir la primaria porque su madre no podía financiarle más sus estudios, me cuenta. Su hermana no quería dedicarse a bordar servilletas –el oficio que su madre les había enseñado y a lo que ella se dedicaba– y se fue de su casa; Anahí siguió sus pasos pero cuando la pandemia llegó “no había trabajo, no había de qué vivir”, me dice. Regresó a bordar, y aunque no estaba del todo convencida, comenzó a agarrarle amor. “No me imaginaba regresar a hacer servilletas. Mi mamá [nos] dijo: ‘Aquí no hay herencia. Tu herencia va a ser lo que aprendas de aquí’”. Su madre, además de hacer servilletas con punto de cruz, confeccionaba y bordaba blusas también. Tras iniciar un curso en Amealco, Querétaro, donde viven, aprendió a hacer muñecas, monederos y cubrebocas, los cuales comenzó a vender en uno de los locales que se habían liberado en el mercado local. “Mi emoción es que llevé diez cubrebocas bordados y esos diez cubrebocas se vendieron [en un] día. Se me iluminaron los ojos porque [pensé] ‘y ahora mañana que voy a vender porque ya no traía nada más’”. Con la ayuda de su mamá, Anahí comenzó a bordar más cubrebocas. Lograron terminar 12 piezas por la madrugada y una vez más fueron un éxito. “Seguí yendo [al mercado] hasta que fui invirtiendo el poquito dinero que salía en muñecas y así. Hasta ahorita ya tenemos [mercancía], no mucha, pero está lleno el puesto. Mi mamá me dice ‘ya ves, de dos o tres años que llevas ahí ya te salió, sin pedirle a nadie salió para tus cosas, ya salen tus ganancias’”, dice.

“En Querétaro descubrimos un legado en manos de las mujeres, en particular las otomíes, que han defendido la causa de respetar, reconocer y proteger su iconografía y bordado ancestral durante generaciones”, destaca Alanna, “para estas 30 mujeres, el diseño, los textiles, los bordados y la artesanía ofrecen no sólo un medio de vida sino una forma de armonizar las responsabilidades de cuidado y crianza, que a menudo asumen ellas solas”. En el caso de Anahí, ella tiene tres hijas. Una de ellas aspira a ser igual que su mamá: una artesana. “Apenas esta semana mis hijas estuvieron trabajando con los plásticos para hacer bolsas. Les empezaron a enseñar el punto de cruz y mi hija, la más grande, [me dijo]: ‘Yo ya voy a vender mi primera servilleta’”, me dice muy risueñamente. El motivo que la hija de Anahí había bordado era “una estrellita muy sencilla”, comenta, “le pregunté: ‘¿A quién se lo vendiste?’ y me respondió: ‘a una niña de primero’. ¡La niña de primero es su hermana!”, se ríe.

Contribución colectiva

Selma Irís Cristóbal

Karla Acosta

Para Selma Irís, llenar de orgullo a sus hijos es su motor, pero también aprender para compartir el conocimiento con su familia y comunidad es parte de lo que la inspira a seguir en el programa. “Para mis hijos soy el orgullo más grande. Ellos me lo han dicho: ‘Mamá, eres lo más grande que tenemos y tú nos llenas de orgullo y nos [inspiras] a ser igual que tú’”, me cuenta con una sonrisa. El día que me reuní con ellas, Selma iba desvelada. “Se durmió tarde bordando su blusa”, me dicen todas sus compañeras. “Todo lo que la vida me ha puesto como experiencia me ha servido para ser la persona que soy ahorita y esto me hace más grande en corazón porque después de todo esto, quiero compartirlo, llevarlo a mi comunidad, compartirlo con las mujeres, enseñarles, porque allá es muy cómoda la vida. Las mujeres normalmente se dedican a su casa, a recibir lo que su marido les da. Sin embargo, yo cuento con una persona que me apoya al 100%, en el caso de mi esposo”, agrega.

Alanna coincide con Selma: “El proyecto ha iluminado el poder de la comunidad y el parentesco entre los artesanos. Madres e hijas, vecinas y amigas, han tejido una red de apoyo e intercambio de conocimientos, fortaleciendo el tejido colectivo de su comunidad. [...] Esta iniciativa es un testimonio del poder transformador de la artesanía, la comunidad y la preservación cultural para empoderar a las mujeres y fomentar el desarrollo sostenible”. Es ese sentimiento colectivo de ayuda y hermandad lo que ha impulsado a estas mujeres artesanas a perseguir sus sueños. Selma, por ejemplo, me dice que jamás imaginó que su formación la llevaría a dedicarse a una de sus grandes pasiones. Entusiasmada y llena de la energía positiva que le contagia cuando se reúne con sus compañeras para los talleres, asegura que no se creía capaz de confeccionar una prenda. “Estoy viendo que tengo esa aptitud y la actitud de hacerlo. Es algo que no me pasó por la mente y descubrí que [sí] tengo esa capacidad”, dice, “todo lo que sé hacer como artesana es algo que amo y yo no sabía que amaba ser artesana. Es parte de lo que descubro día a día”.

Experiencia innata

María del Carmen Barrón

Karla Acosta

María del Carmen Barrón aprendió en la escuela el oficio. Ella es técnica en industria del vestido y su pasión por la confección y la moda nació por ver a su abuela tejer croché cuando la iba a visitar a su rancho durante las vacaciones. En el programa, además de reforzar su técnica, comenzó a entender las finanzas –“una no está acostumbrada a finanzas”, me dice– y a capitalizar sus derechos como mujer –“derechos sobre nuestro cuerpo, sobre nuestra vida”, destaca–. “Estas artesanas, que varían en experiencia y escala de sus proyectos empresariales, comparten un hilo común: la integración de su oficio en el tejido de su vida diaria”, escribe Alanna.

Cambio de vida

Maribel Prisciliano

Karla Acosta

El índice en México de embarazos sin planificación es alto. Maribel Prisciliano tuvo a su hijo a los 21 años y aunque no fue un embarazo del todo prematuro, ella lo crió sin el apoyo de quien en aquel entonces fuese su pareja; por desgracia, esta historia es muy común en el país. Mientras Maribel salía a trabajar para poder darle a su hijo lo indispensable y solventar las responsabilidades económicas, él se quedaba con su abuela. La artesanía no fue lo primero a lo que se dedicó Maribel y aunque ella sabía por ver a su madre y tía bordando (ellas lo hacían con telar), no era su profesión soñada. Comenzó a ayudar a su madre y luego lo convirtió en su trabajo de tiempo completo. “Fui conociendo a gente muy linda que me decía ‘oye, te invito a esto; oye, te invito a lo otro’ y cuando se me abre esta oportunidad dije: ‘vámonos’”, cuenta.

Maribel quiere inspirar a su hijo a lograr todo lo que se proponga, a verlo crecer, porque eso es lo que ella ha aprendido durante los meses que lleva en el proyecto. “Yo siempre le he dicho a mi hijo ‘lucha por lo que tú quieres, tú puedes llegar hasta donde tú quieras’. Entonces, si yo me empiezo a limitar, al rato mi hijo va a decir: ‘oye, entonces por qué me estás echando porras a mí, si tú me estás poniendo el ejemplo de que no se puede’”, dice. Contrario a sus compañeras, Maribel cuenta que ella sí vivió la desigualdad. “En su momento a mí sí me limitaron muchísimo: ‘porque eres mujer, porque tú eres o tienes eso, te vas a casar, tu lugar está en la casa’”, destaca, “pero hoy en día yo veo que no. No porque [eres] mujer tienes que quedarte sentada en tu casa y esperar a que el marido te mantenga y esperar a que el marido te dé o no te dé”.

Llega un momento en la vida cuando las buenas obras se retribuyen. Para Maribel así fue con Hilando historias. “[Siendo] sincera, yo no soñaba con algo así. Yo nunca me imaginaba llegar a una situación de mi vida donde pudiera conocer gente tan maravillosa, porque en el grupo he aprendido el amor, la unión, trabajo en equipo, apoyo moral, ese abrazo que te levanta cuando te vienes quebrando por un problema que traes. Y es magnífico, maravilloso, porque sé que puedo llegar muy lejos”, me dice Maribel con mucho sentimiento.

Bordado en proceso

UNFPA México

Las cuatro artesanas con las que tuve oportunidad de reunirme, concluyen que se llevarán la misma moraleja cuando se graduen en junio: el valor de la comunidad no tiene reemplazo. “Estas mujeres, muchas de ellas de comunidades indígenas o zonas semiurbanas, transmiten historias de esperanza, determinación y habilidades [heredadas] de generación en generación”, destaca Alanna. Por su lado, Mariarosa enfatiza en que “esta no es sólo una experiencia que toca la vida personal de una sola persona, sino que es una experiencia que [también] hemos visto con nuestras participantes en los otros dos programas, cambia la vida de una comunidad, porque cuando están en sus comunidades, se convierten en agentes de cambio”.