Así ve el mundo Miuccia Prada

Casi todo el mundo se refiere a Miuccia Prada de la manera más formal, pero ella nunca ha sido de las que se mantienen ceremoniosas
Miuccia Prada con suter gris y falda amarilla entrevista con Vogue
Miuccia Prada.

Era noviembre y hacía un poco de viento en el balcón del Ca’Corner della Regina, el palacio del siglo XVIII que alberga la Fundación Prada en Venecia, donde Miuccia Prada posaba para fotografías con el Gran Canal de fondo. Se abrochó un abrigo de seda rojo (de su primera colección en 1988) sobre un suéter citrino, brillante y nítido contra el cielo gris y el terracota, ocre y cardenillo de la delicuescente Venecia. No llevaba ningún maquillaje perceptible; su largo cabello rubio y castaño rojizo no estaba peinado y caía en suaves rizos sobre sus hombros. Cuando se abanicaba con la brisa, bromeaba acerca de verse muy de los años 90, como Cindy Crawford en una máquina de viento.

Miuccia Prada, fotografiada en la Fundación Prada de Venecia vestida de Prada. Zapatos Miu Miu.

Después, varios de nosotros nos reunimos alrededor de una mesa para almorzar. La señora Prada, como se la conoce con deferencia, se quitó los dos grandes collares de oro (uno de cabezas de león) y los otros medallones que llevaba y los dejó en una silla contigua, como si renunciara a las pesadas cadenas del cargo, y comenzó, estilo mamá italiana, a servir arroz en nuestros platos. El almuerzo fue sencillo: empanadas de pollo, escarola estofada, espinacas y ensalada. Las verduras, dijo, procedían de su jardín en la Toscana. Oh, sí, asintió, se interesa mucho por la plantación. Como llegué a entender, no hay muchas cosas en las que Prada no se interese mucho.

Prada, que ahora tiene 74 años, me recordó a la difunta reina de Inglaterra: una diminuta dama mayor, magníficamente vestida, que impone una presencia regia, con modales suaves y una curiosidad genuina tanto por las cosas como por las personas. Es sorprendentemente cálida, autocrítica y tiene una risa suave y musical. Hablamos de la exposición actual en el palacio, “Todo el mundo habla del tiempo”, una interacción que invita a la reflexión de pinturas históricas, obras de arte contemporáneas e información científica sobre la crisis climática. Prada lamentó que fuera difícil encontrar comisarios que pudieran vincular el arte y la investigación académica para montar el tipo de exposiciones ambiciosas y multidisciplinarias que quería que mostrara la fundación. Por ejemplo, había estado luchando por encontrar a la persona adecuada para supervisar una exposición sobre feminismo: ¿quién podría unir un campo tan dispar y cuál es la mejor manera de comunicar conceptos complejos y desafiantes?

“Quiero que la cultura sea atractiva”, dijo.

Cuando terminó el almuerzo, Prada ayudó a recoger los platos en una mesa auxiliar, se volvió a colocar las pesadas cadenas alrededor del cuello y comenzó nuestra entrevista.

“La moda es un tercio de mi vida”, afirma Prada, creadora de dos célebres marcas de moda, Prada y Miu Miu, y que, junto con su marido, Patrizio Bertelli, dirige el Grupo Prada, una marca mundial de lujo con unos ingresos anuales de 4.500 millones de dólares (en 2022) y más de 13.000 empleados. (El Grupo Prada también participa en Church's shoes.) El segundo tercio de su vida, dice, es “la cultura y la Fondazione”. Desde su creación en 1993, la Fondazione Prada se ha convertido en una de las principales promotoras del arte contemporáneo. “Después, están la familia y los amigos, y posiblemente algunos placeres”, hace una pausa para recapacitar. “En realidad, todos se solapan. Intento que mi vida sea útil”.

A Prada le gusta la palabra útil; no le gusta la palabra lujo, que le parece vulgar. Y aquí está el quid de la cuestión, la dicotomía que atraviesa su vida y su obra: Miuccia Prada es una diseñadora de moda de extraordinario éxito que vende ropa y accesorios preciosos y caros. También es -algo que confirmó con un movimiento de cabeza cuando le pregunté- políticamente de centro-izquierda, con un doctorado en Ciencias Políticas (también estudió mimo durante cinco años), antigua miembro del Partido Comunista Italiano que marchó por los derechos de la mujer. “Siempre pensé que sólo había dos profesiones nobles: políticos o médicos”, me dijo, “Hacer ropa [mientras procedía] de un grupo de intelectuales muy importantes... para mí fue como una pesadilla. Me daba mucha vergüenza, pero lo hice.…”. Sus opiniones políticas han tenido que mantenerse casi siempre en privado: “Trabajo para una empresa de lujo”, dice, riéndose de la ironía: “No es lo ideal para una posición política como la mía, siempre ha sido la mayor contradicción de mi vida”.

Miuccia Prada nació en 1949 como Maria Bianchi en el seno de una acomodada familia burguesa milanesa. Su abuelo Mario Prada había fundado Fratelli Prada ("Hermanos Prada2), una marroquinería, en 1913; su madre se hizo cargo del negocio familiar en los años cincuenta.

“De joven”, me dijo Prada, “siempre quise ser diferente”; se sumergió en la generación activista de los sesenta, pero siempre le encantó la ropa: mientras todo el mundo llevaba vaqueros en las manifestaciones, ella vestía de Yves Saint Laurent.

“Algunas personas”, sugerí, “no quieren hacer lo que hace todo el mundo a su alrededor”.

“Eso es probablemente una parte muy profunda de mí misma”, reconoció Prada.

Prada, otoño 2017

Y mientras se rebelaba contra los supuestos burgueses de su educación, se unió al negocio familiar, haciéndose cargo de él de manos de su madre en 1978. Ese mismo año conoció en una feria a Patrizio Bertelli, fundador de una empresa rival de marroquinería. Juntos, en lo personal y en lo profesional (se casaron en 1987), empezó a darle vueltas a la idea de una mochila de nailon: práctica, ligera, impermeable, útil. Cuando se puso a la venta por primera vez en 1984, no tuvo mucho éxito, pero el hecho de que una marca de gama alta fabricara un producto que entonces se consideraba barato y cotidiano fue innovador; pronto se convirtió en una pieza icónica, que ilustró un cambio tectónico en la moda. En 1988, tras rebautizarse a sí misma como Miuccia Prada (al hacer que su tía materna soltera la adoptara legalmente), vinculándose así tanto a la marca como a la empresa familiar, lanzó su primera línea de prêt-à-porter: “Ni siquiera sé dibujar”, me dijo, pero sabía lo que quería llevar y trabajaba con una intuición que sugería una profunda reserva de conocimientos.

Prada y Bertelli tuvieron un hijo, Lorenzo, sólo dos meses después del primer desfile. (Un segundo, Giulio, le siguió dos años después.) Cuando le pregunté cómo había llevado ese primer año, se mostró optimista: “Ni siquiera sabíamos, dentro de la familia, que al mismo tiempo estábamos construyendo [Prada]”, dijo. “Probablemente, nos gusta trabajar, nos gusta estar activos”.

Su primera colección, un ejemplo del estilo Prada, presentaba tonos neutros en contraste con colores vivos; pantalones masculinos de corte recto y mocasines con suela de goma; detalles y siluetas que recordaban a los uniformes militares; y una falda hasta la rodilla que pronto se convertiría en su firma.

Prada era original. Se oponía a las líneas prístinas y lánguidas de Armani y al va-va-voom de Versace y Dolce & Gabbana, sus colegas milaneses: “Tener una idea de la mujer como una silueta hermosa... ¡no!”, me dijo Prada, “Intento respetar a las mujeres; no suelo hacer vestidos al bies, súper sexys. Intento ser creativa de forma que se pueda llevar, que sea útil.”

Una colección entera estaba hecha de nailon; otra era una exploración irónica de su propia aversión al encaje. Su trabajo, célebremente bautizado como “ugly chic” (feo y chic), combinaba verde ácido y marrón, gruesos tejidos de punto y transparencias vaporosas, retro y futuro, plástico y cristal, calcetines con sandalias de tacón alto, la burguesía y la rebeldía cool. Jugó con la nostalgia de los cincuenta, el minimalismo de los ochenta y las horribles combinaciones de colores de los setenta.

“Por supuesto, que lo malo está en todas partes: en el cine, en el arte, en la vida”, me dijo Prada, “pero lo que llaman mal gusto nunca se aceptó en la moda. Entonces era una especie de escándalo, un insulto; incluso ahora, la moda es a veces el lugar de la belleza cliché, pero es el cliché de la belleza lo que hay que eliminar por completo; sí, cambiarlo”.

El éxito fue repentino y estratosférico. En 1993, Miuccia Prada empezó a diseñar una segunda marca, Miu Miu –así la llamaba su familia cuando era niña–, que parecía dar salida a su capricho, con brillos, rosa y curvas de dibujos animados que ridiculizaban la feminidad. También se expandió pronto por Asia, añadió una línea masculina en 1993 y debutó con Prada Sport en 1997, combinando tejidos de alto rendimiento con elegancia urbana y presagiando el athleisure una o dos décadas antes. Prada marcaba tendencias, nunca las seguía, siempre perseguía lo que era “más interesante, más nuevo, más atrevido, más emocionante”, como me dijo. “El riesgo es algo que me gusta”.

“Miuccia es muy fiel a sí misma”, dijo Bertelli al explicarme cómo era su mujer y socia. “Interrogación, curiosidad, honestidad intelectual.... Puede que sea bastante contraria, pero tiene referencias históricas muy concretas y una comprensión del traje absolutamente profunda”. Más que mera forma y función, la ropa de Prada es, insiste, narrativa. “Me interesa la vida de las personas”, dice, “Entonces, no se trata de diseñar, se trata de juntar personalidades, historias, partes de la vida, buenas y malas”

DE TALLA LARGA
Prada, otoño de 2013.


Para Catherine Martin, la diseñadora de vestuario con la que Miuccia Prada colaboró en El gran Gatsby, de Baz Luhrmann , el trabajo de Prada encarna una especie de feminismo práctico centrado nada menos que en "lo que significa ser una mujer: una mujer poderosa, y una mujer trabajadora, y una madre, y un ama de casa, y un ser sexual."

“Personalmente tengo muchos personajes en mí”, dijo Prada, “y creo que muchas personas tienen diferentes caracteres en sí mismas: la parte femenina y la masculina, la amable y la dura”.

No es de extrañar, dados sus antecedentes juveniles de agitprop y protesta, que Prada siga siendo muy consciente del mundo más allá de la moda: sus guerras y sufrimientos, sus crisis e injusticias... “Por eso siempre me avergüenzo”, me dijo. De forma pública pero discreta, además de personal, Prada apoya un sinfín de causas, entre ellas la investigación contra el cáncer, pero tiende a sentirse incómoda con las galas vistosas de recaudación de fondos, prefiriendo el compromiso a la mera caridad. La empresa invirtió en el desarrollo de un hilo de nailon regenerado, ECONYL, lanzado en 2019, que ahora utiliza en sus productos, donando el 1 por ciento de las ventas a su proyecto Sea Beyond con la UNESCO, dedicado a la preservación y educación de los océanos. “Es algo real, tangible: no es solo un gesto”, dijo. “Si realmente quieres ser generoso, tienes que impactar en tu vida”.

Prada se aferra a una especie de sentido práctico: “Hago ropa para una empresa comercial, y nuestro objetivo es vender ropa”, afirma. No le interesa tanto explorar la moda como una especie de disfraz de género como permitir que la gente encuentre su propia forma de expresarse, lo que a su vez tiene que ver con la “libertad de representarse a uno mismo”. Insiste en que “la moda es algo pequeño, creo: te vistes por la mañana y luego haces otra cosa”. Sobre todo, quiere que su ropa sea “útil, [para que] la gente se sienta feliz cuando se la pone”, dice, antes de corregirse: “Feliz es una palabra muy grande”; en cambio, quiere que la gente se sienta “segura de sí misma, de que puede desenvolverse en la vida. La moda es una representación de nuestra visión del mundo. Porque si no, creo que la moda no sirve para nada”.

Me encontré a Miuccia Prada por segunda vez en su apartamento de Milán. Sigue viviendo en el mismo edificio en el que creció, con varios miembros de su familia en apartamentos situados en el piso de arriba. Un mayordomo me abrió la puerta y me condujo a través de un frondoso patio empedrado a una gran sala moderna y abovedada, separada por enormes librerías en cuadrantes de asientos. Los sofás estaban tapizados en tonos joya, grandes cuadros modernos y contemporáneos creaban bloques de color en las paredes y un sofá Cloverleaf de terciopelo verde de Verner Panton descansaba sobre una alfombra de pelo negro. En un espacio adyacente, una larga galería con una vitrina de instrumentos quirúrgicos de Damien Hirst daba a un bonito jardín.

Nos sentamos en una mesa pintada con un antiguo mapa del mundo, con Prada sorbiendo una taza de té de hierbas. Mirando los numerosos libros que nos rodeaban, le pregunté qué estaba leyendo. Levantándose, animada, se alejó y regresó rápidamente con cinco libros bajo el brazo: una historia de la mujer y la resistencia; una historia del fascismo; El baile del Kremlin, una novela de política ficción del fallecido escritor italiano Curzio Malaparte; un volumen de Schrödinger marcado con un dibujo infantil; y un grueso tomo de filosofía que “un amigo me ha dicho que es muy fácil de leer”. Se rió: “¡Hasta ahora he leído un tercio!”.

La Fundación Prada es una válvula de escape para el brío intelectual de Miuccia Prada. Ha tenido la inusual suerte de formarse en arte contemporáneo “leyendo y hablando con artistas, muchos de los cuales se convirtieron en verdaderos amigos”, y comprando arte para entenderlo: "Odio la idea de ser coleccionista", dice, “pero para mí forma parte del proceso de aprendizaje”. En el pasado, ha sido discreta sobre el alcance de su implicación en las exposiciones, permitiendo que la fundación se estableciera independientemente de la marca de moda, aunque ahora ha asumido públicamente el papel de directora. “Estoy intentando”, dijo, “en mis últimos años ser más política, más eficaz”.

La Fundación Prada abrió su sede en Milán en 2015. Concebido y diseñado por Rem Koolhaas y su oficina OMA (también responsable del espectacular interior de la tienda de Prada en el SoHo de Nueva York), el espacio se construyó en torno a una destilería abandonada y es una mezcla muy Miuccia de genialidad fría y opulencia cálida. Una torre blanca y reluciente está acabada en hormigón mezclado con polvo de mármol; las vigas instaladas para protegerla de los terremotos están pintadas de naranja; el edificio original de la destilería (conocido como la Casa Encantada) está dorado con pan de oro de 24 quilates; el espacio de exposiciones Podium está revestido de paneles de aluminio celular de aspecto espumoso; y el cine Godard tiene un jardín salvaje en el tejado. En los espectaculares y casi surrealistas espacios de la Fundación, se puede avanzar a tientas por un oscuro laberinto de Carsten Höller y salir a una sala de setas alucinógenas que cuelgan boca abajo y giran; retroceder ante un lienzo de Damien Hirst compuesto por moscas muertas, o ascender en un ascensor gigante con capacidad para cien personas para contemplar todo Milán y los escarpados Alpes.

Prada, otoño de 2007

El artista alemán Thomas Demand, cuya obra ha aparecido en 11 proyectos de la Fundación Prada en las dos últimas décadas, describe la sede milanesa de la fundación como “un discurso público: se pueden ver cosas inteligentes que no se ven en ningún otro sitio”. La Fundación encarga nuevas obras de arte, organiza conciertos y proyecciones de cine, conferencias y simposios. Pero el mecenazgo es otra palabra que no le gusta a Prada: “Cuando dicen que se patrocina la cultura, yo digo: 'No, queremos participar en la creación de cultura'”. La sede de Milán no sólo ha sido pionera en la regeneración de un distrito industrial, sino que ha convertido la ciudad en un destino de arte contemporáneo. Los sábados, dice Demand, el espacio está lleno de gente paseando y charlando: “Los milaneses lo utilizan realmente como un corso”, un paseo, afirma.

La noche anterior a nuestra conversación, Prada había recibido al legendario director de orquesta Riccardo Muti, que visitaba Milán para impartir una serie de clases ante el público de la Fundación Prada.

"Habló de la estructura de la dirección, de lo que significa ser director de orquesta. Dijo que cada frase, cada nota tiene una razón”

Esa misma tarde, yo había asistido a la inauguración de una exposición en el Osservatorio de la fundación, un espacio expositivo situado en un ático sobre la tienda insignia de Prada en la Galleria Vittorio Emanuele II. “Calculating Empires”, comisariada conjuntamente por Kate Crawford, una destacada estudiosa de las implicaciones sociales de la inteligencia artificial, examinaba la conexión entre tecnología y poder a lo largo de los últimos cinco siglos industrializados. Unos días antes, relató Crawford (vestida con una clásica falda plisada de Prada con hebilla de kilt), Miuccia Prada había recorrido la exposición acompañada por Hans Ulrich Obrist, director de la galería Serpentine de Londres, y captó de inmediato la intención de la obra principal: un vasto e intrincado diagrama que representa la relación entre la tecnología y el poder a lo largo de los últimos cinco siglos: Un vasto e intrincado diagrama que representa las conexiones entre comunicación y computación, mecánica cuántica y algoritmos, arquitectura y astrosferas, y que establece una comparación con el análisis de Marx sobre los métodos de producción en el siglo XIX.

Aunque Prada es un tiburón intelectual, que aprende, piensa y trabaja constantemente, en la conversación es amablemente divertida, se ríe a menudo (normalmente de sí misma), escucha atentamente y cuestiona sus propias afirmaciones. Mientras hablamos, a menudo expresa una opinión y luego le preocupa que pueda parecer demasiado polémica.

“Me gusta presionar”, dice Prada, “porque en el empuje te vuelves más creativo, más inteligente”.

“Cuando eres muy inteligente y tienes muchas ideas, creo que quieres exponerlas al rigor de la conversación con otras personas”, me dijo Catherine Martin. “Miuccia es como un salón unipersonal”. Prada dice que tiene muy poca vida social, pero esto es un poco falso. “Creo que no le gusta ser social por el mero hecho de serlo”, me dijo su hijo Lorenzo Bertelli. “Le encanta enfrentarse a gente con puntos de vista diferentes”.

“Si quiero conocer a alguien, quiero trabajar con él. Todo el entusiasmo, la investigación... me gusta trabajar, es una forma de comunicar realmente una mentalidad, unas ideas”.

Su círculo es amplio y distinguido. Wes Anderson diseñó el café de la Fundación Prada de Milán en pistacho y rosa, un pastiche-homenaje a los tradicionales cafés milaneses; el fallecido director franco-suizo Jean-Luc Godard donó su atelier-sala de estar, que ahora se expone allí; Jacques Herzog, arquitecto suizo de vanguardia, describe el edificio enrejado de Prada que construyó en Tokio con su socio, Pierre de Meuron, como un “dispositivo óptico interactivo”; un tobogán de Höller conecta la oficina de hormigón pulido de Miuccia Prada con la planta baja; Hirst, por su parte, creó un bolso de Prada tachonado de insectos.

Thomas Demand recordó que, cuando conoció a Prada, estaba intentando averiguar cómo realizar una instalación artística compleja, y ella le dijo que su dificultad le recordaba a la suya propia diseñando bolsos. Prada, dijo Demand, “reconoció el ensayo, el error, la forma en que las cosas se unen en la fabricación y no se parecen a lo que quieres, y [entonces] tienes que quitarlo de la mesa”, dijo. “[Ella era] práctica, y también honesta”.

Prada reconoció su papel de sabia árbitro, un poco contrariada, quizá, porque la sabiduría viene con la edad. Aunque parece disfrutar más de la exploración que de la explicación, me dijo que sabe cuando algo está bien porque la hace sonreír.

Prada es, en el fondo, una empresa familiar. La dinámica familiar Prada-Bertelli es discusión, debate, dialéctica. Las conversaciones con Prada, su marido y su hijo se adentran con facilidad en el terreno de la filosofía y la filología. Según Lorenzo, los diferentes puntos de vista producen una mejor síntesis. (Lorenzo también dijo que era bastante difícil hacer cambiar de opinión a su madre, a menos que tuvieras un argumento muy bien preparado).

“Me gusta presionar, porque en el empuje te vuelves más creativo, más inteligente”, me dijo Prada.

Le pregunté a Patrizio Bertelli por qué su asociación con su mujer había tenido tanto éxito: “Siempre me hago la misma pregunta”, me dijo. “Nunca hemos trabajado porque estuviéramos ansiosos por hacernos famosos o ricos; hemos trabajado por el placer de hacer algo que fuera interesante y constructivo, y para disfrutarlo, para divertirnos”.

Sus dos mitades –una creativa, la otra comercial– han forjado una poderosa marca mundial en el transcurso de una sola vida. Prada cotiza ahora en la bolsa de Hong Kong, aunque la familia sigue siendo propietaria del 80% de la empresa. La pareja, que ahora tiene 70 años, ha planificado cuidadosamente una sucesión sin sobresaltos. Un nuevo CEO, Andrea Guerra, fue nombrado el año pasado, y Lorenzo, que abandonó una carrera profesional de rally con su propio equipo Fuck Matiè para unirse a la empresa en 2017, ahora está a cargo de la tecnología, el marketing, la sostenibilidad y la nueva división de joyería fina de la empresa.

En 2020, Prada sorprendió al mundo de la moda al anunciar que Raf Simons, el diseñador belga enormemente respetado, subiría a bordo para codiseñar la marca junto a Miuccia Prada como socio creativo, colaborador e instigador a partes iguales.

Cuando le pregunté a Simons por qué había dicho que sí, me respondió en una palabra: “Miuccia, así de simple”.

Al igual que su colaboradora y socia creativa, Simons no fue a la escuela de moda (estudió diseño industrial) y admite sin problemas que “mi interés por el arte es mucho mayor que mi interés por la moda”. Los dos eran admiradores del trabajo del otro desde hacía mucho tiempo, y ambos hablaban de la necesidad de realidad, practicidad, significado y, sí, utilidad en sus colecciones. Y aunque su colaboración comenzó con el acuerdo de que si alguno de los dos odiaba la idea del otro, no lo harían, ambos me dijeron que han encontrado en el trabajo conjunto nada menos que un encuentro de mentes.

“Nos va muy bien”, dice Prada, “tenemos los mismos gustos y la mayoría de las veces tenemos exactamente la misma idea. Es una persona muy agradable e intelectualmente honesta, la cualidad más importante”.

“Encajó de una forma increíble”, dijo Simons. “Creo que [ambos] somos personas dialogantes –le gusta colaborar, le gusta trabajar con gente–, lo necesita, creo. Cualquier cosa puede ser un punto de partida, tanto si nos encanta como si la odiamos o pensamos que es tonta o divertida o triste o estúpida o política”.

Prada me contó que es muy consciente de su edad: “Es extraño”, dijo, “porque cada mañana tengo que decidir si soy una chica de 15 años o una anciana a punto de morir”, pero su impulso creativo apenas se ha atenuado. La colaboración con Simons –su última colección presentaba nuevas reinterpretaciones de motivos militares y transparencias con el telón de fondo de una cascada de slime– ha mezclado lo cool con lo comercial con el beneplácito de la crítica, y sus propios desfiles recientes para Miu Miu han sido vanguardistas y oportunos. Sus trajes cortados a tijera para la primavera de 2022, “una broma para mí sobre la zona erógena”, dijo después, se hicieron virales en TikTok y se mostraron en la pasarela junto a una película de la artista de origen marroquí Meriem Bennani. (Cada vez más, Prada ha invitado a artistas de todo el mundo a crear muestras de vídeo para acompañar sus desfiles).

Maria Bianchi quería ser diferente. Miuccia Prada trabajó duro para ser buena y hacerlo bien, y luego para mejorar y hacer más. La Sra. Prada, en su edad dorada, es un tira y afloja de satisfacción, pero parece que nunca está satisfecha.

“Cuando la gente me pregunta si estoy contenta con lo que he conseguido en el mundo de la moda, sinceramente me da igual”, dice, “pero pienso en lo que tengo que hacer a continuación. Soy ambiciosa, quiero ser buena. Y a veces pienso que soy buena –una gran exposición, una buena prenda–, pero sólo durante un segundo”.

Admite que le resulta difícil sentirse orgullosa de sí misma.

“Decente no es suficiente”, me dijo, y mencionó una exposición anterior que no había salido como ella esperaba: “Para mí”, dijo, “fue un fracaso”. Dijo que evita sus propias tiendas “porque mi imaginación es tan alta que me asusta la realidad”.

Le pregunté si era difícil ser una marca.

“Hacerla: no”, dijo, “porque se trata básicamente [de lo que] nos gustaba. El concepto es muy fácil. Pero luego hay que vivirla, encarnarla, ser responsable de ella”, y añadió que le encantaría poder concentrarse en la creatividad pura, pasar “todo el día trabajando sólo en moda, ¡es como estar de vacaciones!”. Pero siempre había multitud de decisiones y peticiones, y “cada día tienes que resolver al menos, creativamente, 20 cosas diferentes... Y ahora tenemos que resolver el problema del Año Nuevo Chino”. Al parecer, nadie había dado con un buen concepto para las vitrinas.

“¿Y usted participa en esta decisión?”, pregunté.

“Participo en todo”.

Planteo la idea –seguramente algo que ya ha oído una o dos veces– de que debe de ser muy perfeccionista.

“Posiblemente”, concede, “sí”.

En cuanto al último tercio de su vida, el de la familia y la diversión, Prada se muestra reticente. En entrevistas anteriores sólo ha revelado detalles escasos y banales: Le encanta estar en la naturaleza, sobre todo en la montaña; se corta ella misma el pelo; bebe una taza de agua caliente a primera hora de la mañana. De las pocas pinceladas que dejaba entrever en mis conversaciones con ella, sus hijos y su marido están obsesionados con la cocina y hace tiempo que la echaron de ella; está planeando un exótico jardín de suculentas y plantas espinosas en su casa del sur de Italia; ha perdido a varias personas cercanas en los últimos años, “pero últimamente vuelvo a estar de buen humor”, se desprendía claramente que esta parte de su vida es tan rica y plena como las demás.

La diseñadora en un raro momento de descanso. “Se me da mejor trabajar que hablar”, dice.

Es difícil no simpatizar con su cautela: Prada es el rostro público de una marca mundial, pero deliberadamente no tiene presencia en las redes sociales, aparece muy poco en televisión y a menudo parece tímida en público, haciendo una breve reverencia al final de sus desfiles antes de desaparecer tras las cortinas.

“Parece muy reservada”, dice Bertelli, “pero es una cuestión de intimidad: no es tímida”.

Le pregunté qué hacía feliz a su mujer: “Cuando trabaja, es feliz; cuando hace cosas bonitas, es feliz. Cuando viaja, es feliz. Cuando pasa tiempo con gente inteligente, es feliz”.

Lorenzo dijo que su madre era más feliz con su familia, que recientemente ha tenido una nueva incorporación: El primer bebé de Lorenzo, una niña. “Ahora, seguro, que tiene una nieta”, dijo Lorenzo, “es superfeliz”.

Prada sonrió ampliamente cuando le pregunté por su nieta.

“Tengo que aprenderlo todo”, dijo, “porque no conozco los puntos de educación actuales. También el trato con los niños pequeños, con los medios de comunicación, los teléfonos, etc., todos los argumentos que no sé dominar. Tengo la responsabilidad de educar a la niña”, dijo.

“Creo que seré una buena [abuela]: enseñaré, pero también seré divertida”.

Artículo originalmente publicado en Vogue US.